Comienza con una de tus preguntas, que saltan de tu mente en una
reflexión a la que te llevó una tarea, una lectura o una canción, un comentario
o una imagen, qué se yo... Una pregunta que a medias tintas parece corriente,
común, casual. Yo respondo, con un conocimiento de causa ya sea personal,
filosófico, hipotético, ético; y tras la respuesta viene otra pregunta, tal vez
más aguda que la anterior, tal vez no.
Para esto, lo que viene es una
respuesta que trata de superar a la anterior; vuelve a ser insuficiente pues
surgen más dudas; yo respondo, titubeando, sin saber bien si responder
científica, personal, filosófica o qué 'mente'. Y más dudas afloran; a razón de
curiosidad, de un ardid intelectual, de esos que nos dan a todos a veces, efervescen
más preguntas, pujan, me empujan y me arrinconan en un lugar en donde desconozco
si le preguntas a otro ser humano, a mi persona o a un algoritmo codificado
tras una pantalla fulgorienta que emula responder con cierta auto conciencia; así,
presionado, respondo, para encontrarme con esas peligrosas muletillas de
"no sé" o algo similar; pregunto, sondeo, ahora yo, de dónde viene esto,
por qué viene y para qué. Te interrumpo, "ya no escucho". Te
amedrentas y yo insisto en saber, en juntar las migajas y saber de qué se
trata...
Reclamas tu espacio y prosigues; yo ya no tengo ganas de
preguntar, de intervenir, porque justo cuando estoy meditando los pedazos de
esta película sin edición, me encuentro con que videas que me siento ofendido,
agravado, enojado... Y es ahí. Ahí cuando hay un vado de tranquilidad, de
detener ese huracán de preguntas, esa tormenta de respuestas, conjugados en una
suerte de vorágine que solemos llamar discusión
Buena o mala, sentida o frívola, no importa, discusión con sus letras
finalmente...
Y afirmas... que me molesto.
¿Por qué?